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Los procesos de maduración en la infancia: vivencia, representación/simbolización y pensamiento
Las niñas y niños construyen su identidad a partir de las vivencias que experimentan en sus vidas, pero estas no son suficientes, porque su desarrollo como “seres humanos” va a necesitar de la capacidad de simbolizar y re-presentar lo vivido en esas experiencias. De esta manera, toman conciencia, “se dan cuenta”, de lo que viven, e integran cuerpo, afectos y pensamiento, desarrollando la sensación de “ser una/o” y de “tener raíces” en el propio SER.
¿Y qué es la representación?: la humanización del cuerpo, de la acción motriz, a partir de la capacidad de re-presentar y de simbolizar todo aquello que se ha vivido y experimentado en la relación con el otro cuidador.
Es decir, los dos elementos que componen el término “psico-motricidad”.
Y esta unión, este entrelazamiento entre lo motor y la capacidad de representar, nos lleva al elemento o factor esencial, que es la relación:
Pues el niño, efectivamente, va a construir representaciones de lo vivido, que siempre será una relación, y, por lo tanto, en su cuerpo, en su movimiento, en sus acciones, juegos, siempre habrá una representación de las relaciones que ha vivido y a partir de las cuales ha construido una manera de comprenderse, de comprender a los otros y de comprender la relación.
Es decir, no representa algo que viene del exterior o algo que le viene del interior, sino una relación, que une el exterior y el interior.
Hablamos, en la teorización de nuestra práctica psicomotriz, de fantasmas o fantasías de acción, y luego, de juego simbólico, de simbolización, de acceso a la palabra y al pensamiento, bien enraizados en la unidad somato-psíquica del sujeto.
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